Educar los afectos. Un reto para la familia y la escuela. Reseña SCRIPTA THEOLOGICA / VOL. 54 / 202212. Reseñas 01/02/2022
«¿Puede educarse el cuerpo?». De esta sugestiva interpelación parte este libro, escrito por los profesores José y Carlos Granados. La pregunta nos sitúa en el marco de la «emergencia educativa», que se ha convertido en una formulación ya bastante usual, pero que no por eso deja de hacer referencia a una situación real y preocupantemente abrumadora. Asistimos a una crisis de la educación que manifiesta quizás su perfil más inquietante en la ausencia de un interés por «educar los afectos». La falta de una honda y auténtica educación en este campo produce ese individuo actual que ha sido definido ya por diversos sociólogos como el «analfabeto afectivo», es decir, el sujeto sentimental, que no sabe interpretar ni descifrar su mundo afectivo; un sujeto utiliarista y muy eficaz en su vida laboral, pero que fracasa ampliamente en el marco decisivo de los afectos y de todo ese mundo que define finalmente lo que somos. En general, el pensamiento de ambos docentes se ubica en el marco de la extraordinaria y brillante contribución de san Juan Pablo II a la comprensión de la persona humana, de la teología del cuerpo y del marco en el que debe encuadrarse también el quehacer educativo. La primera parte del libro (pp. 11-50) es obra de José Granados y se titula: «¿Puede educarse el cuerpo? La integración de los afectos». Comienza con una exploración de algunas propuestas reductivas (pp. 23-30) para luego extenderse en cuatro capítulos breves. En el primero el autor se pregunta: «¿Existe un lenguaje del cuerpo?». Esto es tanto como decir si hay en el cuerpo una serie de «significados», de experiencias originarias (por usar el lenguaje de san Juan Pablo II), que están arraigadas en el cuerpo y a partir de las cuales es posible un sentido para la educación de los afectos. El segundo capítulo reza: «Primera palabra del cuerpo y de los afectos: acoger un origen» (pp. 30- 35). Se trata de verificar aquí el modo en que la experiencia de «ser-en-el-cuerpo» nos remite a un origen que se convierte así en el manantial de toda educación. Virtudes como la confianza, la gratitud o la fidelidad, tienen aquí su hontanar. La tercera parte, «Afecto y trabajo: camino hacia el protagonismo» (pp. 35-43), toca ya muy de cerca el campo de la educación para proponer la necesidad de unas prácticas, de un ambiente y de unos relatos que ofrezcan un camino hacia la asunción del protagonismo en los afectos. Todo esto se recopila en las páginas finales, «Educar para la vocación al amor» (pp. 43-50). Allí se afirma con contundencia que «la educación al amor es educación de la persona entera, ya que el amor atraviesa todos los estratos de la persona» (p. 44). No hay aquí reduccionismos sentimentalistas. Frente al «egoísmo del sentimiento», el autor propone una educación del afecto en la que finalmente «se valora a la persona amada por sí misma, simplemente porque es ella, independientemente de mis sentimientos. Ahora ya no se dice a la persona simple- mente: me eres útil , o me gustas , sino: eres be- lla » (p. 46). Solo a partir de aquí se abre una dimensión trascendente del afecto por la que se llega a «una unión afectiva con Dios mismo como Padre» (p. 49). La educación afectiva se revela de este modo como parte esencial de una sana «educación religiosa». La segunda sección de este volumen (pp. 51-90) ha sido redactada por Carlos Granados y versa sobre «Educar en la pro- mesa». Si es clave una pedagogía del afec- to, lo es precisamente para conducir al su- jeto a poder comprometerse y reconocer el sentido de su vida. La educación en el arte del prometer se torna por ello una prolongación del capítulo anterior. Esta segunda parte arranca con una reflexión sobre Abraham, ya que él aprendió a prometer viendo a Dios prometer (pp. 57-66). El texto nos embarca a continuación en una serie de reflexiones que tratan de descubrir qué es y qué no es una pedagogía de la pro- mesa. Para ello se pone de relieve una serie de virtudes para enseñar a prometer (pp. 73-82) y, en concreto, dos: la fidelidad y la longanimidad. Por último, se explica la necesidad de un «ambiente» de la promesa, es decir, de generar espacios (humanos, de sociedad y cultura) donde se haga posible y accesible al sujeto prometer (pp. 82-89). En conclusión, esta breve publicación puede calificarse como enjundiosa, muy sólida y provocadora. Nos hallamos ante vigorosas consideraciones, hilvanadas con finura y originalidad, con gran capacidad evocadora, sobre un argumento clave y sustancial en la hodierna educación. No podemos contentarnos en la hora presente con «amueblar la cabeza» de los alumnos en las aulas, con atiborrarlos de datos o con deslumbrarlos con postulados cicateros o planteamientos superficiales. Tampoco basta simplemente con que los niños estén contentos en las escuelas, se diviertan y tengan muchos amigos. La escuela no es ni un parque de atracciones, ni una mera academia de ciencias y literatura, ni un laboratorio cibernético. La escuela está para enseñar rectamente el arte de vivir, para cultivar con lucidez el pensamiento y la clarividencia, para sacar lo mejor de cuantos la forman, para acrecentar su sed de saber y formarse y así afrontar coyunturas y problemas desde posiciones que no los sofoquen ni tampoco los vuelvan clones dóciles a tendencias vigentes y a menudo avasalla- doras. La escuela ha de trabajar, en definitiva, por una educación integral que tenga en cuenta toda la persona. Se comprende entonces que educar los afectos sea un de- safío para la familia y también para la es- cuela. Que esto pueda concretarse en un plan formativo concreto para los colegios católicos es, sin duda, un apremiante lance. Y el texto elaborado por estos dos egregios profesores y puesto a nuestra disposición por la pujante editorial Didaskalos es muy de agradecer ya que descubre y expone in- tuiciones originales, necesarias e importantes para avanzar en este sentido.
Fernando CHICA ARELLANO
SCRIPTA THEOLOGICA / VOL. 54 / 2022 12. Reseñas 01/02/2022