Florecer en Libertad Digital, Los rostros de la luz
Fragmento sacado de Florecer, libro que trata un tema abordado últimamente por la filosofía, la psicología, la sociología y otros campos muy diversos del saber. Se trata de una obra que intenta un doble acercamiento a la cuestión: una de tipo literario/narrativo (llevada a cabo por Daniel Capó) y otro de carácter más filosófico/conceptual (realizada por Carlos Granados). Este capítulo en concreto lleva la firma del primero de ellos:
El auténtico florecer se define en el horizonte de lo que estamos llamados a ser. Ese ideal es al que debemos aspirar y del que debemos nutrirnos. Así cultivaremos las virtudes superiores sabiendo que, desde este humus, lo pequeño y lo grande –la humildad y la excelencia– concurren en el camino de la nobleza. Precisamente Florenski, en su tratado de estética titulado El iconostasio, explica que en ruso los sustantivos rostro, máscara y semblante comparten una misma raíz etimológica, pero que el significado de cada una de ellas varía de un modo sustancial: el rostro es nuestra cara tal como la perciben los sentidos; la máscara es esa misma cara afeada por la corrupción moral o, simplemente, por nuestra mediocridad; y el semblante, por último, sería nuestro rostro ya transfigurado por la verdad y el amor. El semblante, en este sentido, representa la imagen resplandeciente de los iconos ortodoxos, testigos de una luz más alta. El semblante es el fruto del testimonio de los santos, pero también el eco cotidiano de una vida que se entrega con generosidad, de una esperanza que se niega a desfallecer y que cultiva una memoria del bien a pesar del dictado nihilista del Ángel de la Historia. El semblante es la consecuencia de una fidelidad sostenida en el tiempo y no de la rendición —fallida y engañosa— a la oscuridad. El semblante, en efecto, depende del sentido de nuestras decisiones, porque no todo es accesible a la voluntad como cree ingenuamente –y a menudo con aspereza– nuestra época. "Hacer de la vida una pura elección –aventura Natalia Ginzburg– no es vivir de acuerdo con la naturaleza, sino vivir contra natura, porque al hombre no le es dado elegir siempre, el hombre no ha elegido la hora de su nacimiento, ni su cara, ni a sus padres, ni su infancia, y en general, el hombre no elige la hora de su muerte. El hombre no puede hacer otra cosa que aceptar su propio destino; la única elección que le está permitida es la elección entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la mentira". En el semblante nos jugamos algo importante: el peso de nuestra responsabilidad.