'Florecer': ¿por qué educamos?, El Debate, de Pablo Velasco
Este ensayo de escueto y poético título es fruto del encuentro entre Daniel Capó, escritor y padre de familia, con Carlos Granados, un erudito sacerdote y director de un colegio madrileño
Este ensayo de escueto y poético título es fruto del encuentro entre un escritor y padre de familia con un erudito sacerdote y director de un colegio madrileño que destaca por su audacia en el proyecto educativo. Porque no estamos ante una edición que recoge dos libros distintos, aunque por la división y la concreta identificación de los autores así lo parezca. Estamos ante un auténtico diálogo entre Daniel Capó y Carlos Granados. Esto es, que puede correr el riesgo de convertirse simplemente en una figura de promoción editorial, un verdadero enriquecimiento de dos autores a los que hay que tener muy en cuenta.
Florecer es el original título. Original en todo su sentido etimológico. No tanto por su novedad, ya que los mismos autores apuntan que es un concepto utilizado desde la antigüedad clásica, sino por esa misma razón, porque enlaza con los orígenes, con la raíz de nuestra cultura. ¿Por qué educamos?, se preguntan Capó y Granados: «Educamos para que el alumno florezca en las diversas etapas de la vida», o también «Florecer es un testimonio y una razón», es un humus, dirán también, con un término muy estimado por ellos, en tanto que muestra una esperanza. Además, este florecer, explican, partiendo del Eclesiástico y de Aristóteles presenta una paradoja de la doble estructura temporal. Así el educador asume el doble punto de vista teleológico y kairológico: qué será este alumno de mayor y también que está destinado a ser ahora.
Por la misma naturaleza del fenómeno que quieren describir explican la necesaria composición del libro en dos partes diferenciadas (que, insisto, dialogan a la perfección). Por un lado, un ensayo literario y narrativo y por otro una obra de carácter más conceptual y filosófica. Una mirada desde la casa y otra mirada desde la escuela. Una contribución desde la paternidad y la filiación y otra desde la pedagogía. Las dos se desvelan como una relación necesaria y natural del humano florecer.
Daniel Capó, en la parte titulada «Donde se hace la luz», presenta a un padre que nos muestra sin rubor su vulnerabilidad (quizá por este motivo al lector le surge de inmediato una gran simpatía), la posibilidad grande de fracaso en esta aventura, y, por tanto, la magnanimidad en acto. Porque un padre descubre su paternidad en la filiación. Se descubre como un ser imperfecto, pero que está mirando hacia Otro más grande.
Por ejemplo, muestra sin reparo cuáles son sus interrogantes más íntimos respecto de los hijos: «¿Guardarán memoria de la promesa que les ha sido confiada? ¿Les habremos dado motivos para la alegría? ¿Sabrán reconocer la luz que alumbra el mundo y elegir la vida y no la muerte?». Estas preguntas que continúan en la página 67 del libro son todo un programa de actuación para padres.
Capó es un lector de primera. Es de esos que exclama ante los grandes libros: ¡parece que me lo está diciendo a mí! Exclamación que, presumo, dice más del lector que de la obra. Por sus páginas pasan la sabiduría de Erik Varden; la perspicacia en la definición de la fe del rabino Jonathan Sacks; la fundamental definición entre grandes y pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg; o la crudeza de Ana Ajmátova, entre otros muchos. Capó es un lector que saca petróleo de cada lectura, y lo hace por tener bien asentados los pies en la realidad.
Este gusto por la lectura lo ha transmitido a sus hijos. Es deliciosa la anécdota que cuenta de uno de sus hijos que tras la lectura de una adaptación de Beowulf le puede responder a un compañero de clase que desesperanzado por la separación de sus padres le había dicho: «Ojalá llegue pronto el Covid y nos muramos todos». Al que le respondió: «Acabo de leer este libro y dice que, antes de morir, hay que perseguir la gloria». Aspirar a una vida grande. ¿Y qué otra cosa es educar sino esto?
Después de su lectura uno no puede nada más que preguntarse ¿para cuándo la siguiente obra narrativa de Capó?
La segunda parte del libro, «El florecimiento de la persona como clave de la educación», nace de la pluma de Carlos Granados. Otro grandísimo lector, como Capó, porque de este libro uno sale con una lista importante de libros necesarios. Y además es un lector valiente que analiza con la precisión de un cirujano, con el criterio paulino de examinarlo todo y quedarse con lo bueno.
Tiene una estructura prístina, clarísima, repasando los aspectos de lo que supone «florecer». Especialmente llamativas, por destacar algunas, son la necesaria diferencia entre virtudes y valores (qué importante es liberarse de este término tan blandito en educación), la idea precisa de bien común, o la parte en la que Granados define a la perfección el protagonismo del alumno, no como una pedagogía desde el puerocentrismo. Aquí escapa de todo lo que suponga un monólogo del niño consigo mismo, mostrando como en la educación el protagonismo del alumno se funda en el protagonismo de padres y maestros, entendiéndose no como «autonomía», sino en relación. Para llegar a un último capítulo donde Granados muestra una inteligencia de la fe y de la realidad fundamental: «Dios no es un tema educativo, sino también y sobre todo el principal actor de la educación, el primer protagonista, el «Maestro interior» (…). Porque educar es acercarse al misterio del origen de lo bello, y lo nuevo, es necesariamente acercarse a Dios».
Florecer, en el pequeño formato en el que se presenta (cabe perfectamente en un bolsillo), es un ensayo que está llamado a ser vademécum para todo educador.