Reseña Libro Florecer de la Universidad de Navarra "EDUCAR EN LAS VIRTUDES GRANDES"
Para Ginzburg el florecimiento personal depende de que los jóvenes descubran el amor a la vida a través de la vocación. Esa pasión lleva a cultivar —en su terminología— las virtudes grandes, por oposición a las pequeñas. Así, por ejemplo, el éxito sería una virtud pequeña, aunque requiera gran esfuerzo y venga acompañado de reconocimiento público. En cambio, el deseo de saber es una virtud grande, porque exige magnanimidad y nos hace crecer. A pocos sorprenderá la afirmación de que vivimos en una sociedad y en un sistema educativo cada vez más dominados por las virtudes pequeñas. Para ayudar a los jóvenes a crecer, el primer paso es cambiar la orientación, educándolos para la grandeza. Precisamente es lo que proponen Daniel Capó y Carlos Granados en Florecer, un libro tan breve como inspirador.
¿Qué es la grandeza? No los honores ni el reconocimiento. Es la aspiración a hacer algo magnánimo con la propia vida, por ejemplo a través de la profesión para la que uno se prepara en la universidad. Este sentido de dignidad no conduce al elitismo en su acepción negativa, como algo accesible solo a unos pocos privilegiados por razones económicas o sociales. Según explica Granados, «excelencia no significa ser mejor que otros, sino, más bien, ser mejor que uno mismo, alcanzar la cota de grandeza a mí destinada». Esa es la vocación de la que aquí se viene hablando.
En el libro, Capó explica que florecer «tiene que ver con un corazón que no se busca a sí mismo, sino que se expande para convertirse en humus, tierra fértil, húmeda, entregada». Es decir, un corazón fecundo, capaz de engendrar vida. El autor abre con generosidad lo íntimo de la relación con sus hijos, de tal modo que las páginas decisivas del texto serían las que recogen una anécdota de su hijo, cuando estaba en tercero de primaria. Un compañero de clase, cuyos padres se acababan de divorciar, le había dicho que se quería morir. El hijo de Capó le respondió, sin pensarlo mucho: «Acabo de leer Beowulf y allí dice que, antes de morir, hay que perseguir la gloria». Seguramente son varias las razones que explican una respuesta así, pero una de ellas es que la imaginación de ese niño estaba nutrida por las grandes gestas e historias de la humanidad y, ante una situación dramática, contaba con una fuente de sentido y esperanza.
A la luz de todo lo que se ha dicho, cabe preguntarse: ¿estamos quienes educamos a los jóvenes preparados para ayudarles a crecer? No lo sé. Y diría que esta incertidumbre es una buena señal. La vida y su florecimiento entrañan algo de misterio. Desconfiaría de quien dijera que sabe con total seguridad cómo hacerlo. Si retomamos la comparación de la profesión docente con el ministerio religioso, podría concluirse que la educación, como la gracia, no se puede dominar. La semilla dará fruto cuando quiera. Que no veamos el resultado es un signo claro de que nos hallamos ya en el ámbito de la fecundidad. Esa modesta certeza debería llenarnos de esperanza.